Sunday, April 02, 2006

Critica en www.imaginacionatrapada.com.ar.


“El Evangelio según Darío Fo”:

El juglar de la risa sin miedo

por Diego Braude jbraude@ciudad.com.ar

En un reverso de la Historia Grande, Darío Fó ubica al juglar en el centro, como la historia contada desde el otro lado. La boca del juglar es la del que acusa al amo, la de la resistencia a través de la ironía, el sarcasmo, el humor guarro y la lengua filosa. El juglar ríe y hace reir, porque, entre otras cosas positivas, la risa diluye el miedo. Como lo dijera Umberto Eco en “El Nombre de la Rosa”, a través del anciano Gheorge, la risa es entonces peligrosa. Como es peligrosa, no es de extrañar que los juglares fueran prohibidos y perseguidos. La intolerancia, el pánico al pensamiento distinto y una tendencia a tenerle alergia al disenso como forma de consenso es probablemente uno de los temas de la historia humana de, cuando menos, los últimos dos mil años.
Darío Fo, en su “Misterio Bufo” , organiza una serie de textos que el menciona como recuperados de juglerías originales, como forma de narrar su propio “evangelio”, en el cual, a través de una visión ácida, mordaz, observa y critica la historia de la institución eclesiástica y su ligazón al poder terrenal. Los protagonistas son, salvo en algún caso, los dejados afuera de los roles principales de las narraciones conocidas (el loco, los lisiados, el pueblo). La subversión del punto de vista es el arma del juglar…
En una versión levemente matizada, Claudio Nadie dirige “El Evangelio según Darío Fo”, con un elenco conformado por Cutuli, Antonio Ugo, Luis Campos y David Di Nápoli. En la adaptación de Nadie, los actores/juglares trabajan por momentos como hombres orquesta (como en la propuesta original de Fo) y por momentos combinándose entre ellos y con Anibal Zorrilla, encargado de la música del espectáculo.
Las farsas de los juglares hacen hincapié en la hipocresía, en la situación aparentemente inmodificable del sometido (el recorrido histórico que hace Fo atraviesa los discursos construidos que justifican las posiciones sociales concernientes a cada sector). Apelando a la carcajada, remueven lo aparentemente sacro (tanto a nivel estructura como a nivel discurso), permitiendo otro tipo de mirada.
En “El Nacimiento del Juglar”, uno de los primeros cuadros, es el propio Jesús quien da a un campesino, que lo ha perdido todo a manos de un amo, el don de la palabra, el de ser un juglar. Así como posteriormente utilizara esa figura Shakespeare en “Hamlet”, el actor, el juglar, es el que a partir de la farsa se permite decir y aguijonear.
Asimismo, posteriormente aparecerá la figura del Loco, como alter ego ficcional del propio juglar. Porque son también los locos los que pueden decir lo que ven sin que se los termine de tomar en serio, y quienes pueden tomarse licencias amparándose en que, por supuesto, están locos y por eso dicen o hacen lo que hacen o dicen. Lo que, simultáneamente, habla de la habilidad del discurso original de transformar en loco o marginal a aquel que dice lo que no se debe.
De todos modos, la versión de Nadie baja un poco los decibeles en comparación con la de Fo, dejándola en un límite más fino (la obra de Fo es, por momentos, decididamente panfletaria, en concordancia con algunos de los lineamientos originales del teatro brechtiano, del cual Fo es un admitido seguidor), pero no por eso menos efectiva.
El despliegue físico de los actores los muestra como clowns poéticos… mezclan la risa con una mirada melancólica… el ritmo frenético encuentra su balance en pequeños pero significativos silencios (sobre todo hacia el final). No son pausas inocentes…
La obra de Nadie no pretende ser incendiaria ni burlarse del creyente, pero tampoco se ampara en ser “políticamente correcta” a la hora de remover las máscaras de la hipocresía y la falsedad. Lógicamente, en este sentido, “El Evangelio según Darío Fo” es una obra “molesta”. Desde su traje carente de brillos, el juglar ríe entre la tragedia y la sátira, extremos que mezclados nos permiten reír de lo intocable…

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